Artículo redactado por Francisco Fraile
“Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros mismos”
Hellen Keger
Hoy, sentado en las escaleras de un barrio perdido de Seúl, estuve dialogando con unos muy buenos amigos acerca de nuestra vida aquí. De lo afortunados que somos, de la maravillosa gente que hemos conocido, de las experiencias vividas… De todo ese cúmulo de cosas que sólo podría vivir un estudiante de intercambio. Fue entonces cuando algo hizo “click” en mi cabeza. ¿Qué pasará cuando esto acabe? Seguramente después de esta experiencia internacional sigamos teniendo contacto, pero es imposible que vayamos a revivir el momento con esta configuración exacta: Con este mismo clima, edad, o incluso situación de vida.
Por un momento, me sentí triste. Supe que, pronto, todo esto acabaría; no obstante, me acordé entonces del domingo pasado (día de la madre), cuando estuve buscando fotos para poder pasar, de alguna forma, “tiempo” con mi familia y amigos. Vi y recordé cosas preciosas, como momentos con Nana, mi mascota fallecida, con mis amigos, mi hermana pequeña, mis abuelos, y por supuesto, con mis padres. Los incontables viajes, comidas, recuerdos. Por descontado se sabe que jamás transcurrirán de la misma manera que transcurrieron, pero eso es justo lo que les hace únicos e invaluables. Porque viven codo a codo con el alma y el corazón, a pesar de que jamás tengan la oportunidad de materializarse de la misma forma en que sucedieron.
La propia palabra, procedente del latín, fue creada con el propósito de mostrar en todo su esplendor lo cautivador que es el concepto. “Re” procede de “volver a”, mientras que “cordar” procede de “cords”, que significa corazón. Es decir, recordar significa literalmente “volver a pasar por el corazón”.
Este artículo no es sólo una reflexión, sino también una oportunidad para disculparme conmigo mismo, porque ignoré este concepto por mucho tiempo. Me pasé meses buscando un camino y un futuro, ignorando lo que ha dado lugar a mi yo: Mi pasado.
Es el pasado el que construye el presente, que permite mirar hacia el futuro. Si no comprendemos el antes, ¿Cómo vamos tan siquiera a entender el ahora? Y si no asimilamos el momento, ¿Cómo vamos a descifrar el futuro? Debemos alcanzar el presente en su totalidad.
Recientemente, mientras pensaba en todo esto, recordé algo que leí sobre Martin Heidegger y su forma de entender el ser. Hablaba de que no somos simples observadores del mundo, sino seres arrojados a él, unidos a nuestro pasado, presente y futuro. Decía que el tiempo no es una línea recta; es algo que vivimos desde adentro, con el alma y con el cuerpo. Heidegger usaba la hermenéutica (ese arte de interpretar) para entender que recordar no es solo traer algo a la mente: es habitarlo de nuevo y darle sentido, “construirnos” desde ahí.
Y entonces comprendí que al recordar (ese acto de pasar nuevamente por el corazón), estoy haciendo justo eso: interpretando lo vivido para sostener lo que soy, entendido como una especie de brújula. Dudo mucho que haya una forma de mirar hacia adelante sin antes haber entendido el “ahora” que somos, sabiendo que ese “ahora” está hecho, en buena parte, de lo que hemos vivido, amado y sentido. Recordar es, sin duda, un acto profundamente humano; una manera de ser.
Queridos lectores, tomaos un rato libre (si lo tenéis) y reflexionad sobre todas aquellas cosas que os hacen felices. O quizá en aquellas que no os lo hacen estar tanto, pero han permitido que seáis las personas que sois ahora. Y agarrad, aunque no sea de manera tangible, el momento, e incorporadlo a lo más profundo de vuestro ser. Notaréis la diferencia, os lo prometo.
Con cariño,
Francisco